Vida Low Tox #3. Adiós comida basura

Alimentación: los tóxicos que te comes sin darte cuenta

Cuando hablamos de tóxicos, a menudo pensamos en lo que nos ponemos o respiramos… pero la comida es, sin duda, una de las vías más directas y cotidianas de exposición. Y es que no se trata solo de calorías o macronutrientes, sino de la calidad real de lo que estamos introduciendo en nuestro cuerpo cada día.

La comida basura no es solo esa hamburguesa rápida o el bollo industrial. Es todo aquello ultraprocesado, con ingredientes que no reconocerías en tu cocina: aditivos, conservantes, potenciadores del sabor, azúcares escondidos, grasas trans, colorantes, edulcorantes artificiales… un cóctel químico que se disfraza de alimento, pero que en realidad no nutre. Solo llena. Y desgasta.


Y no se trata de obsesionarse ni de vivir con miedo. Se trata de recuperar el control y la conciencia sobre lo que comemos. Porque cada ingrediente cuenta. Cada etiqueta, cada elección, es un acto de cuidado o descuido hacia ti.


El supermercado está lleno… de trampas

Hoy en día, el supermercado se ha convertido en un lugar donde más que elegir alimentos, necesitamos sortear obstáculos disfrazados de comida. La mayoría de los productos están pensados para ser rápidos, adictivos, baratos y duraderos, pero no necesariamente nutritivos.

Los ultraprocesados - galletas “digestivas”, cereales “fitness”, yogures “light”, barritas “energéticas”- nos hacen creer que estamos comiendo bien, pero muchas veces solo estamos consumiendo calorías vacías y tóxicos invisibles.

💜Una regla sencilla que siempre repito:

Si puedes leer la etiqueta y entiendes todos los ingredientes, probablemente puedas comértelo con tranquilidad. Si no entiendes lo que pone, si hay números o palabras imposibles de pronunciar… mejor déjalo en la estantería.

No necesitamos ser nutricionistas para empezar a cuidarnos. Solo recuperar el sentido común, la conexión con lo natural y el deseo de saber qué le estamos dando a nuestro cuerpo.

Aquí te dejo el artículo donde te explico cómo leer y entender las etiquetas de los alimentos sin volverte loca.


¿Qué tipo de tóxicos encontramos en los alimentos?

Aquí te resumo los más habituales en la mayoría de productos procesados:

❌Aditivos alimentarios sintéticos (E-…)

❌Colorantes artificiales: como el amarillo tartrazina o el rojo allura, relacionados con hiperactividad y alergias

❌Glutamato monosódico (MSG): un potenciador del sabor que puede alterar el sistema nervioso

❌Aceites refinados (girasol, palma, canola, etc.): altamente inflamatorios

❌Azúcares ocultos: jarabe de glucosa, dextrosa, maltodextrina…

❌Edulcorantes artificiales: aspartamo, sucralosa, acesulfamo-K

❌Conservantes químicos: como nitritos y nitratos (presentes en embutidos y carnes procesadas)

Muchos de estos compuestos son legales, sí, pero eso no los hace inocuos. Su efecto acumulativo, día tras día, año tras año, es lo que realmente nos impacta.


¿Cómo nos afecta la comida basura?

A corto plazo:

- Inflamación digestiva

- Cambios de humor

- Cansancio, niebla mental, hinchazón

A largo plazo:

- Desequilibrios hormonales

- Disbiosis intestinal (alteración de la microbiota)

- Enfermedades metabólicas (diabetes tipo 2, obesidad, hígado graso)

- Trastornos autoinmunes, resistencia a la insulina, ansiedad y depresión


La comida basura, también conocida como comida rápida o chatarra, suele estar compuesta por alimentos ricos en calorías vacías, grasas de mala calidad, harinas refinadas y azúcares simples, con una bajísima concentración de nutrientes esenciales como fibra, vitaminas y minerales.

Además, estos productos suelen contener aditivos artificiales —colorantes, conservantes, potenciadores del sabor— que no aportan valor nutricional y pueden tener efectos negativos en el sistema endocrino y en el metabolismo.

Uno de los grandes peligros es precisamente esa ausencia de nutrientes fundamentales.

Porque más allá de la grasa o el azúcar, lo realmente preocupante es que no alimenta ni sostiene la salud. Solo perpetúa el hambre emocional y el desequilibrio físico.

Y quizá lo más sutil pero más profundo: nos desconecta de nuestro cuerpo. De sus señales, su sabiduría, su ritmo natural.


Comer de forma consciente, no perfecta

Aquí no se trata de llevar una dieta estricta o vivir a base de hojas verdes. Se trata de recuperar una relación más real, intuitiva y amorosa con la comida. Elegir desde el respeto, no desde la restricción. Nutrir, no solo llenar. Sentir, no solo cumplir.

Claves para empezar:

- Prioriza alimentos vivos y reales. Si no se pudre… sospecha.

- Lee etiquetas. Cuanto más corto y reconocible el listado, mejor.

- Evita imitaciones “saludables” que solo son marketing disfrazado.

- Ten una base estable: cocina casera, frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, grasas saludables, proteína de calidad.

- Suelta la culpa. Comer no es pecado. El placer y la nutrición pueden - y deben - convivir.

 

Comer también es energía

Desde una mirada más profunda y espiritual, los alimentos también tienen vibración. No es lo mismo un tomate recogido con amor y cultivado sin químicos, que una barrita empaquetada hace seis meses en una fábrica.

No es lo mismo cocinar con intención que comer con el móvil delante.

No es lo mismo un desayuno consciente que un café apurado y una galleta procesada.

Cuando eliges comida real, estás diciéndole a tu cuerpo: “Te respeto.”

Cuando cocinas desde el corazón, estás creando salud… a fuego lento.

Porque no siempre se trata de lo que comes, sino desde dónde lo estás comiendo.


Impacto en la salud mental y emocional

No solo es físico. La comida que elegimos también afecta directamente a cómo nos sentimos, cómo pensamos y cómo nos relacionamos con el mundo.

Durante años, la alimentación se vinculaba únicamente con la salud del cuerpo, pero hoy la ciencia lo deja claro: lo que comemos también condiciona nuestra salud mental. Y no es una metáfora, es fisiología pura.

Una de las voces más sólidas en este campo es la de Nazareth Castellanos, neurocientífica y divulgadora, quien explica que la relación entre alimentación y salud emocional va mucho más allá de “sentirse bien”. Una dieta rica en ultraprocesados, azúcares, grasas industriales y aditivos puede alterar directamente el funcionamiento del cerebro, aumentando el riesgo de depresión, ansiedad y trastornos del estado de ánimo.

¿El vínculo principal? La microbiota intestinal.

Ese universo de bacterias que habita nuestro sistema digestivo está conectado directamente con el cerebro a través del nervio vago, una autopista bidireccional que comunica intestino y mente.

Castellanos explica que la microbiota tiene la capacidad de influir en regiones cerebrales clave como las encargadas del aprendizaje, la memoria y el estado de ánimo. Y la composición de esa microbiota depende, en gran parte, de lo que comemos.

Por eso, una dieta cargada de productos ultraprocesados no solo desnutre… también desregula a nivel emocional.

Y al revés: una alimentación rica en fibra, vegetales, alimentos vivos y naturales tiene un impacto positivo en el equilibrio emocional y la claridad mental.

Además, estas conexiones son especialmente sensibles en etapas clave como la infancia o la adolescencia, donde el sistema nervioso aún está madurando. Por eso, enseñar a comer bien desde pequeños es también enseñar a gestionar las emociones y fortalecer la mente.

En palabras de Castellanos:

“Cuidar lo que comemos es también cuidar nuestra psicología.”

Y no puedo estar más de acuerdo.

Porque muchas veces, comer mejor no es solo dejar el azúcar o evitar un ingrediente. Es una forma silenciosa y potente de empezar a sentirnos mejor. De volver a nosotras.


Priorizar sin agobiarse: así lo hago en casa

Y sí, lo ideal sería que todo lo que tuviéramos en casa fuera ecológico, biológico, de kilómetro cero y proximidad… pero la realidad muchas veces es otra. Ya sea por tiempo, por logística o por presupuesto, no siempre es factible. Y no pasa nada. No se trata de hacerlo todo perfecto, sino de elegir mejor cuando se puede y sin sentir culpa.

En mi caso, he aprendido a priorizar. Por ejemplo, en casa solo usamos aceite de oliva virgen extra, siempre. También soy muy cuidadosa con la sal: uso sal de manantial o del Himalaya, nada refinado.

Con la carne soy muy estricta. Yo personalmente casi no como carne, pero mi familia sí, unas dos veces por semana. Aun así, la única carne que entra en casa es ecológica, de animales criados en pastos. Lo mismo con los huevos: solo número cero.

Y si alguna vez usamos alguna conserva, siempre me aseguro de que venga en aceite de oliva virgen extra y sin azúcares añadidos.

Evito los productos con azúcares escondidos o edulcorantes disfrazados.

Las frutas y verduras que consumimos nos las trae un payés de las tierras de l’Ebre desde hace más de seis años, y me siento feliz de poder apoyar ese tipo de producción.

¿La clave? La variedad. La conciencia. Y la tranquilidad de saber que no hace falta hacerlo perfecto para estar haciéndolo muy bien.

La salud no está en una dieta perfecta, sino en decisiones reales que nacen del respeto hacia ti.

Y si fallas un día, también está bien.

Esto no va de control. Va de conexión.


Este artículo se basa en conocimientos adquiridos a través de diversos artículos leídos en: 
https://soycomocomo.es/
https://comosoy.es/
https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2025-04-24/nazareth-castellanos-neurocientifica-tomar-comida-basura-regular-aumenta-probabilidad-ansiedad-1qrt_4115792/


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